El otro día escuchaba a Víctor Amat explicar su teoría del 7. Decía que no hace falta ser un 10 porque eso nos lleva a un estado de sobreexigencia que es muy perjudicial. Es mejor ser un 7 que, oye, no está mal.
Conformarse con eso no es poca cosa. Es una buena nota, creo yo. Un notable de los de toda la vida. Con todo lo que tenemos que hacer en nuestro día a día a mi, personalmente, me parece que un 7 está muy, pero que muy bien.
Muchas veces no somos conscientes de lo exigentes que somos con nosotros mismos. Nos han contado que hay que ser súper eficientes en todo. Una buena ama de casa, madre, pareja, trabajadora, amiga… Son demasiados frentes como para ser un 10 en todos ellos.
A mí la perfección siempre me ha parecido aburrida porque me resulta poco natural. Demasiado estructurada para mi gusto.
Hubo una época de mi vida en la que pensaba que se podía hacer todo bien. Eso me llevó a enfermar porque lo prolongué demasiado en el tiempo. Me hacía sufrir no cumplir con todo lo que me marcaba como objetivo. Tener la casa limpia y recogida, que no faltase nada en la nevera, ir bien vestida y peinada, cumplir con todo lo que se me exigía en el trabajo e incluso más… y otras muchas cosas y , claro, aquello me pasó factura.
Supongo que los años también cuentan para ir soltando autoexigencia y ahora me planteo objetivos mucho más realistas y a corto plazo. Intento llevar una dieta sana, pero a veces me reúno con mis amigas y me como las chuches que me apetece o una hamburguesa de bar, hasta pan con nocilla si la cosa cuadra. Y eso no quiere decir nada, salvo que soy humana y que a veces me permito ciertas licencias que sé que no me van a sentar bien, pero que tienen una parte de ‘fluir’ y soltar que sé que me beneficia por otro lado.
No plancho y no me importa que en esta casa llevemos la ropa sin planchar ni tampoco me importa lo que le parezca a los demás. A veces no me peino y, sinceramente, no me preocupa. Me gusta acostarme pronto pero este verano lo he hecho bastante más tarde de lo habitual. Tengo los cristales sucios y varias tareas domésticas pendientes. Me lo permito porque me aporta libertad y porque no soy alguien lineal, sino cíclica, con mis altibajos de todo tipo. Los acepto y los respeto y eso me aporta felicidad. Además, no me parece importante ir con la ropa arrugada, el pelo despeinado o que mi nevera esté casi vacía. Tengo otras prioridades.
No queramos ser tan activos, no queramos ser tan exigentes. Todos tenemos picos de estrés, de mala leche, de lo que sea. Y así está bien. Dejemos de pelearnos con nosotros mismos porque aspirar al 10 nos generará sufrimiento. Dejemos de compararnos con los demás y de sentirnos mal por no llegar a todo. Seamos flexibles. Querámonos más.
PD: Como no llego a todo, se me está retrasando un poco la tienda on-line, pero puedes seguirme en Instagram o en mi canal de Telegram para estar al tanto de lo que estoy preparando.
Que tengas un maravilloso día