A mí hay algo que me ayuda tremendamente cuando tengo dudas, cuando el camino de la vida parece que se bifurca y hay que decidir qué sendero tomar. Esto que te voy a contar no lo sabía cuando era más joven.
En aquella época, muchas decisiones las tomaba ‘al tuntún’, simplemente porque no tenía una guía que me orientase sobre cuál era el mejor camino para mí aunque fuese distinto al de la mayoría de la gente.
Recuerdo cuando acabé Periodismo y se presentaba por delante un futuro incierto: ¿buscar trabajo, hacer un máster, salir al extranjero, volver a casa…? No tenía ni idea y me costó mucho tomar una decisión. El motivo era el mismo: no sabía cuál era el hilo conductor de mi vida, nunca había oído hablar de propósito y, lo que es peor, nunca me había preguntando nada a mí misma sobre qué vida era la que yo quería.
Ya no me pasa. Y te confieso que me ha costado mucho aprenderlo.
Ahora, cuando tengo que tomar una decisión, primero me hago esta pregunta: ¿Quién quiero ser? ¿Qué tipo de persona? ¿Con qué valores y principios? ¿Con qué prioridades? Y eso me da una claridad que nunca antes había tenido.
La respuesta tiene que ver con quién soy ahora, por supuesto, pero también con la persona en la que me estoy convirtiendo. Se trata de un paso más en mi evolución personal.
Y no lo aplico sólo a las decisiones más grandes, sino también a las más pequeñas. Quiero comer algo, por ejemplo, y me debato entre prepararme algo sano en casa o comprarme algo en una pastelería. Ahí es cuando me hago la pregunta que lo cambia todo. Y eso no quiere decir que a veces no elija la segunda opción, que también lo hago, sino que significa que la gran mayoría de las veces opto por la primera porque es lo que haces la mayor parte del tiempo lo que te conforma como persona y no las excepciones.
Lo mismo me ocurre cuando una tarea importante se me hace bola o cuando algo que sé que no me viene bien me tienta. Ahí me hago la pregunta.
Y tú, ¿cómo haces para despejar dudas?