No te compliques

Cada día lo tengo más claro. Hay que simplificar. No tengo ni idea de dónde sale ese afán generalizado de complicarnos la vida, pero de lo que estoy segura es de que no nos hace bien.

Yo me he pasado muchos años de mi vida enrevesandolo todo sin ni siquiera saberlo. Cuánto me he complicado, madre mía. Hasta que fui madre y la vida, simplemente, ya no me daba de sí, así que tuve que soltar y no intentar llegar a todo. Aquello me frustró durante un tiempo, pero también me dejó probar las mieles de la aceptación.

Me di cuenta de que no pasaba nada si no hacía todo lo que se suponía que tenía que hacer, como tener la casa limpia, la nevera bien abastecida, darme a tope en el trabajo, ser la mejor madre posible y agradar a unos y a otros. Tampoco pasaba nada si salía de casa sin peinar pero descansada, si no había puesto la lavadora porque me daba pereza levantarme del sofá y cerrar el libro que estaba leyendo, llevar la camiseta con rastros de vómitos de bebé o tener el armario como una leonera por unos días. Prefería centrarme en lo importante, que era estar con los niños y descansar.

Y aquello, poco a poco, me fue gustando.

De eso ya hace unos años y he ido perfeccionando la técnica, claro está. He simplificado mucho y lo mejor no es eso, sino que, además de haber quitado hierbas del camino ahora no siento culpa, sino una gran alegría de sentirme a gusto sabiendo que no tengo que hacerlo todo bien. Ni falta que hace.

Y eso que a veces me vuelve el ramalazo de querer ser la súper mujer, pero ya lo tengo controlado y en seguida le hago un corte de manga.

Lo que más paz me da y lo que mejor me hace sentir es bien sencillo: descansar, estar con los míos y cuidarme. Luego, por supuesto, hay cosas que tengo que hacer que no me agradan tanto, pero les otorgo el tiempo justo y necesario e intento ser práctica y resuelta para quitármelas cuanto antes de encima y no alargarlas más de lo necesario.

Lo importante antes que lo urgente. Y si un día no llego a lo urgente, que puede ser llevar las flores que han pedido en el cole, limpiar los zapatos o cambiar las sábanas, pues no lo hago y ya está. Sin culpa porque nunca se ha muerto nadie por eso (esta es una de las frase que más me digo a mí misma cuando me entra la duda de si estaré haciendo lo correcto).

Así que te invito a simplificar, a ahorrarte tiempo y obligaciones absurdas que nunca nadie te ha pedido que hagas y de las que te han pedido, comprométete sólo con las que puedas hacer, las otras déjalas ir. Recuerda: sin culpa.

Hace unos años fui a un coach porque sentía que no podía más. Y aquel chico me hizo la gran pregunta: «¿Qué te pasa?» Y ahí me dí cuenta de que nunca me había planteado esa cuestión tan sencilla que lo cambió todo. Qué fácil. Y yo preguntándome por qué no podía con todo, porqué me sentía tan mal, cansada y culpable.

Aquella pregunta me conectó conmigo misma. Me dio consciencia y desde entonces la he ido trabajando para que ya nunca más me suelte de la mano. Me la sigo planteando en muchas ocasiones.

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Que tengas un gran día

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