Es increíble lo que pueden enseñarnos los animales. Ellos, que son puro instinto, actúan por necesidad y no tienen los prejuicios de los humanos. Fluyen más con la naturaleza y se adaptan a ella en una especie de comunión maravillosa de la que nosotros cada vez nos alejamos más.

El caso es que hace poco leí algo sobre las lechuzas que me llamó mucho la atención. Ellas, aunque tengan a sus pollitos esperando en el nido, no salen a buscar comida hasta que están listas. Antes de emprender el primer vuelo de la mañana, necesitan estar preparadas aunque sus crías la reclamen con insistencia. De alguna manera, saben que para poder hacer una buena caza primero tienen que estar bien ellas y de ello depende también el bienestar de sus polluelos.

La lechuza se da prioridad porque sabe que para que los de su alrededor estén bien, primero es ella la que debe estar bien. Seguro que ya conoces el ejemplo de la mascarilla de oxígeno en el avión: primero te la colocas tú para poder ayudar a los demás. De otra forma, ¿cómo?.

Pero normalmente es al revés, aparcamos nuestro autocuidado para cuidar a los demás sin tener en cuenta que nosotros también lo necesitamos y que no es lo mismo atender a los que nos rodean cuando ya te has dedicado un tiempo que cuando no has tenido ni un rato para ti. Nada que ver.

Al menos es lo que yo hice durante mucho tiempo. Sin preguntarme qué era lo que yo necesitaba, comenzaba el día afrontando todo lo que tenía que hacer. Sin darme cuenta de si había descansado lo suficiente o de si había hecho alguna de las cosas que me gustan y me conectan con mis necesidades.

Pero ya no lo hago, ahora sí dedico un rato a diario a mi autocuidado. Y es innegociable porque sé que es la mejor herramienta en mi poder para pasar un buen día. Si necesitas ideas, puedes echar un vistazo a este vídeo que compartí en Instagram en el que cuento cómo es mi rutina de autocuidado. Y si quieres que te ayude a crear tu propia rutina de autocuidado, escríbeme y te cuento los detalles.

Que tengas un bonito día.