Lo bueno hay que compartirlo. De esta forma, lo expandimos.
En los últimos años he hecho un gran trabajo personal. Me queda todo por hacer, pero también estoy aprendiendo mucho.
Una de esas cosas que he aprendido en este tiempo es la necesidad de dejar espacio en nuestra vida. Estamos tan acostumbrados a ‘hacer’, a acumular y a apegarnos a algo o a alguien que llenamos cada rincón de nuestra existencia y no dejamos ni un resquicio para que entre algo nuevo.
¿Qué pasa con un cajón que está a rebosar de cosas? Pues que no cabe nada más, obvio. Y que si quieres meter algo más tienes que hacer un hueco (dejar espacio) y sacar algo para que entre lo nuevo.
Podemos llevar este ejemplo a nuestra vida y pensar en qué aspectos de ella necesitan algo de espacio para que entre aire fresco, para que se renueve lo que necesites cambiar.
Porque, ¿sabes qué? Es ahí, donde hay espacio, sitio, cierto vacío, donde crece lo nuevo.
Porque, además, la vida tiende a llenar los espacios de una forma absolutamente natural. Fíjate en esto que te cuento y observa cómo el universo opera de esta forma. Los cajones tienden a llenarse, la hierba a crecer, los animales a reproducirse, los rincones a acumular. Otra cosa es de qué queremos que se llenen y ahí es donde podemos entrar nosotros. Y para que esto ocurra, el hacer hueco supone que renunciemos a algo: a la ropa que ya no usamos, a la compañía de alguien que ya no nos hace bien o a ese objeto que ya no necesitamos. Yo estoy en ello.
Y tú, ¿a qué vas a renunciar?