La mente. Esa parte nuestra que tanto nos domina sin que apenas nos demos cuenta.
Hubo una época de mi vida en la que sentía que algo me pasaba, pero lo sentía en el fondo, porque aparentemente mi vida era totalmente normal y hasta hubiese dicho entonces que feliz. El caso es que yo sabía que no todo iba tan bien como me quería hacer creer a mí misma.
Me dolían mucho las mandíbulas, pero ni idea de qué podía ser, así que fui al dentista y me dijo que apretaba mucho la boca por la noche. Me pareció un tanto extraño aquello porque yo, por supuesto, no era consciente. Hasta que un día por la calle empecé a sentir que me faltaba el aire. Me resultaba imposible hacer una respiración profunda. Me asusté y me tuve que parar en seco. Estuve a punto de pedir ayuda. Pero no lo hice. Pedí hora en el médico y su diagnóstico fue tajante: Ansiedad.
Tenía dos trabajos que me ocupaban prácticamente todo el día. Por aquel entonces me planteba además emprender con mi propia marca de diseños de moda (que saqué adelante por un tiempo) y tenía todo el día la mente en activo. Sin parar.
Yo ni siquiera sospechaba que pudiera tener ansiedad. Tampoco sabía muy bien lo que era, la verdad. El médico me dio dos opciones: Medicarme o ir al psiquiatra.
No hice ninguna de las dos cosas porque yo, a veces, actúo así, a contracorriente. Pero sí empecé a ser consciente de lo que me pasaba. Estaba sobrepasada y seguía haciendo lo mismo porque ni siquiera paraba para poder darme cuenta. Y, claro, la cosa empeoraba. En el momento en el que comencé a darme cuenta, empecé a mejorar.
¿Por qué? porque, desde el instante en el que me di tiempo para pensar en cómo estaba viviendo, tomé las riendas y ese primer paso me hizo ser consciente. Seguí teniendo ansiedad durante un tiempo, pero ya la identificaba y sabía lo que tenía que hacer.
Te cuento esta historia personal para que te des cuenta, como hice yo, del poder que tiene nuesta mente.
La mente es tan compleja como importante. La clave, para mí, está en encontrar el equilibrio necesario entre estimularla y darle descanso. Muchas veces vivimos desde la mente, siguiendo suis dictados hasta el punto de descuidar las necesidades del resto de partes que nos componen.
Vivir desde la mente supone que seguimos lo que ella nos exige. Dándole vueltas a las preocupaciones, a lo que nos pasó ayer, a lo que sucederá mañana, a posibilidades infinitas de que ocurran todo tipo de cosas…Y mientras, nos olvidamos del presente. Del aquí y ahora.
Imagínate, tienes una fiesta familiar. Lo has organizado todo lo mejor posible. Llevas días con ese asunto en la cabeza, procurando que no se te escape nada. También has pensado en múltiples posibilidades de que pasen cosas: que cambie el tiempo, que alguien se ponga enfermo en el último momento, que se estropee el coche justo al salir de casa… Podría pasar cualquier cosa y tu mente te lleva a darle vueltas una y otra vez. Incluso has tenido en cuenta lo que pasará después.
Durante el ágape, te ocupas de que todo esté bien, de que no le falte nada a nadie y te esmeras en que todas las necesidades de los invitados estén más que cubiertas. Les quitas la capacidad de reacción porque prefieres adelantarte, no vaya a ser que se aburran, no encuentren un refresco o tengan demasiado calor.
En todo este vaivén mental, te olvidas de disfrutar de la fiesta, de un evento que tenía como objetivo pasar un buen rato, quizás. Y el festejo pasó. Te perdiste el aquí y ahora por darle tanto protagonismo a tu mente.
La mente está ahí y hay que trabajarla, como los demás cuerpos. Pero es parlanchina y te puedes dar cuenta de ello si te detienes un instante y te das cuenta de lo que estás pensando. No para. Vivir desde nuestra mente nos genera malestar porque nos hace desconectarnos del momento presente.
Ekhart Tolle explica en ‘El poder del Ahora’ que «el problema de la humanidad está profudamente arraigado en la mente misma o, más bien, en nuestra arrónea identificación con ella. Como una mariposa que revolotea de flor en flor, la mente se aferra a las experiencias pasadas o, proyectando su propia película casera, anticipa lo que está por venir».
Así funciona.
Ser incapaz de dejar de pensar es una enfermedad terrible, pero no nos damos cuenta de ella porque casi todo el mundo la sufre y se considera normal, según Tolle.
Y lo peor: que generalmente no usas tu mente, sino que ella te usa a ti. Esa es la enfermedad.
Así que, para revertir esta realidad tan común, empieza a darte cuenta de cómo funciona tu mente. Pon atención a tus pensamientos. Y, sobre todo, cuídalos. Lo que pensamos también forma parte de nosotros. Vive más en el presente y menos en el pasado o el futuro. En eso se basa también la meditación.
Dale tiempo a las cosas que te hacen bien y trata de no agarrarte a un pensamiento por mucho tiempo. Leer un buen libro, aprender algo que te guste, escuchar música o darle espacio a tus dones y talentos te ayudarán a trabajar la mente. Pero, como casi todo, hay que empezar por poner conciencia en lo que nos pasa.
Que pases un día increíble.