No sé si tú tienes, pero yo sí. Tengo unos monstruos particulares que muchas veces me acompañan.
Son varios. Se llaman miedo, inseguridad, autosabotaje, saturación…
Parece que siempre están al acecho, esperando la ocasión de plantarse delante de mí para hacer ‘buuuh’.
Los siento, los conozco, unas veces trato de ignorarlos y otras me rindo a sus pies tratando de entender qué quieren de mí, por qué me asustan.
No es plato de gusto tener esta compañía, pero ellos, incómodos y persistentes, me ayudan a entenderme un poco mejor.
Hace unos días acabé un libro que hablaba de monstruos. En él narra la historia de una chica que le cuenta a una amiga suya las pesadillas horribles que tenía en las que iba corriendo por un edificio en medio de la noche perseguida por tremendos monstruos. Se despertaba llorando y pidiendo ayuda.
Su amiga le preguntó que cómo eran aquellos seres que tanto le asustaban, a lo que respondió que no tenía ni idea porque siempre había huído de ellos.
A raíz de aquella conversación, empezó a preguntarse cómo serían sus monstruos, si llevaban cuchillos o una verruga en la nariz. Decidida a saberlo, la siguiente noche en la que volvieron las pesadillas, decidió armarse de valor, no echar a correr y darse la vuelta para verles la cara.
Para su sorpresa, descubrió que uno era un oso con las uñas pintadas de rojo, otro tenía cuatro ojos y el siguiente una herida en la mejilla. Eran cinco en total, a cada cual más dispar e inesperado,
Así vistos, daban menos miedo y se parecían más a unos dibujos de chiste que a algo de daba terror. Poco a poco, empezaron a desvanecerse. Después despertó y aquel fue el fin de sus pesadillas. Sólo tuvo que mirarles a la cara para acabar con ellos. (Del libro ‘Cuando todo se derrumba’, de Pema Chödrön).
Quizás, deberíamos dedicarnos más a descubrir qué es lo que nos da miedo en lugar de huir. Es mejor para nosotros.
Te deseo un maravilloso día.